(Santiago Agrelo Martínez, Arzobispo de Tánger). 24 febrero 2016
En los alrededores de Ceuta hay emigrantes. No
sé cuántos son. Sé que son seres humanos. Sé que no tienen papeles,
pero tienen hambre. Sé que no están autorizados a estar donde están, pero
tienen derecho a buscarse un futuro para sí mismos y para sus familias. Sé que
las autoridades de las naciones los consideran una amenaza, aunque la realidad
es que las autoridades son una amenaza para ellos.
El lunes les llevamos alimentos. El martes nos
llaman para informar que las fuerzas del orden (ellos dicen "la
policía") se los han quitado. ¿Qué dirían ustedes de una sociedad que
persiguiese a hombres, mujeres y niños vulnerables e indefensos -a los que
leyes inicuas han hecho ilegales, irregulares, clandestinos-, los acosase como si fuesen
alimañas, los persiguiera como si fuesen criminales, los golpease
como no se permitiría hacer con los animales, y los cercase para rendirlos por
hambre? Se diría que esa sociedad se había deshumanizado, corrompido,
embrutecido, envilecido, degenerado.
Pues lo que no hace la sociedad marroquí,
acogedora y humana, se nos dice que lo hacen agentes uniformados, miembros de
fuerzas del orden del Estado, que entran en el bosque de Beliones, no para
apartar de la frontera -de una maldita frontera que Dios no hizo ni quiso ni
quiere-, a unos emigrantes, sino para apropiarse de los pocos alimentos que los emigrantes han recibido
para subsistir.
¿Qué nombre te das a ti mismo,
tú, agente de la autoridad, si te has llevado a tu cuartel o a tu casa lo que
un hermano tuyo necesita para vivir? ¿Te has divertido? ¿Te has escondido para
que nadie te viese? ¿Es lo que te han mandado hacer? ¿Lo has hecho por propia
iniciativa? ¿Crees que no habrás de dar cuenta al único Dios?
Por si lo hubieses olvidado, te recuerdo lo que
dice el Señor de todos, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de
Jesús de Nazaret, el Dios de Mohamed: "He visto la opresión de mi
pueblo, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus
sufrimientos. Voy a bajar a librarlos". Te lo recuerdo por si quieres
tener piedad de ti mismo, pues si comes el pan que has quitado a los pobres,
estás comiendo tu propia condenación, estás comiendo el bocado que mete en tu
cuerpo a Satanás.
Se lo recuerdo al soldado y al oficial que lo
manda, al político que fija las normas y a los gobiernos que las ejecutan: Dios ve al opresor y al
oprimido, y toma partido por el oprimido.
Tal vez pienses que puedes honrar a Dios y
despreciar a los pobres. Un día comparecerás ante él y descubrirás aterrorizado
que los pobres eran tan dignos de respeto como Dios. Aquel día, el Rey, el
único Rey, el hermano de los pequeños a quienes hoy robamos el pan, lo creáis o
no, nos juzgará y nos condenará, y de nada servirá que le llamemos
"Señor", pues sólo se recordará el pan que le hemos dado o le hemos negado.
"Si no os convertís, todos pereceréis lo
mismo". A nadie le pediré que se convierta a Dios. Podéis tranquilamente
no creer en él. No se os pedirá cuenta de semejante ignorancia. Pero estamos perdidos si no nos convertimos a los pobres.
Entonces nuestra suerte estará entre los malditos.
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