Poner el trabajo y los trabajadores en el centro de la vida económica
Mons. Stephen E. Blaire, obispo de Stockton
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
3 de septiembre de 2012
Este Día del Trabajo, nuestro país sigue luchando con una economía quebrantada que no está produciendo suficientes empleos decentes. Millones de estadounidenses sufren desempleo o subempleo, o viven en la pobreza pues sus necesidades básicas con demasiada frecuencia no son satisfechas. Esto representa una seria falla económica y moral para nuestra nación. Como personas de fe, estamos llamados a estar con los que han quedado atrás, ofrecer nuestra solidaridad y unir fuerzas con “los más pequeños de estos” para ayudar a satisfacer sus necesidades básicas. Buscamos una renovación económica nacional que ponga a las personas que trabajan y sus familias en el centro de la vida económica.
La economía quebrantada deja a demasiadas personas sin trabajo decente
Oficialmente más de 12 millones de trabajadores están en busca de trabajo pero no pueden encontrar empleo, y millones más han dejado buscar empleo. Millones más están subempleados; están dispuestos y pueden trabajar a tiempo completo, pero no hay empleos suficientes. Más de diez millones de familias son “trabajadores pobres”: trabajan esforzadamente, pero sus empleos no pagan lo suficiente para satisfacer sus necesidades básicas. La triste realidad es que más de 46 millones de personas viven en la pobreza y, lo más preocupante, más de 16 millones de niños crecen en la pobreza en nuestra nación. El vínculo entre el desempleo y la pobreza es innegable, como señala el papa Benedicto XVI:
Los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades (desocupación, subocupación), bien porque se devalúan “los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia” (Caritas in Veritate, no. 63).
Los funcionarios públicos debaten con razón sobre la necesidad de reducir los insostenibles déficits y deuda del gobierno federal. En las campañas políticas actuales, oímos hablar mucho sobre la economía, pero casi nada sobre el imperativo moral de superar la pobreza generalizada en un país todavía bendecido con importantes recursos y poder económico.
Estas duras realidades económicas ocasionan terribles costos humanos a millones de familias, que viven con ansiedad e incertidumbre y deben arreglárselas con salarios estancados o cada vez menores. Muchos se ven obligados a desempeñar dos o tres empleos, lo que somete a mayor presión el bienestar de sus hijos, y millones de adultos jóvenes ven negada la posibilidad de formar familias. Estas personas no son abstracciones: son cofeligreses y nuestros vecinos, nuestros primos y tíos, nuestros hermanos y hermanas, nuestras madres y padres; posiblemente nuestros propios hijos. La economía debería ayudar a las familias a prosperar, no someterlas a presiones adicionales.
Esta economía quebrantada también contribuye al peligro de que los trabajadores sean explotados o maltratados por otros medios. Por ejemplo, muchos empleados luchan por salarios justos, un lugar de trabajo seguro y una voz en la economía, pero no pueden comprar los productos que fabrican, alojarse en los hoteles que limpian o comer los alimentos que cosechan, preparan o sirven. Los inmigrantes y sus familias son especialmente vulnerables, lo que pone de relieve la urgente necesidad de una reforma inmigratoria integral.
Los obispos católicos de los Estados Unidos, a través de nuestra oficina de Servicios de Migración y Refugiados (MRS) y la Campaña Católica para el Desarrollo Humano (CCHD), ofrecen ayuda y esperanza a los trabajadores explotados y maltratados. MRS ayuda a trabajadores que han huido de sus países de origen con la promesa de un empleo, sólo para verse obligados a trabajar largos horarios en trabajos peligrosos. La CCHD apoya a grupos en todo el país que empoderan a los trabajadores para que alcen su voz y recuperen los salarios que se les ha quitado, exijan trato justo y busquen mayores oportunidades económicas. La economía quebrantada también somete a presión adicional a otras organizaciones católicas, como Catholic Relief Services, Catholic Charities y la Sociedad de San Vicente de Paúl, que pasan muchas dificultades para cumplir con nuestro mandato evangélico ante una mayor demanda y menores recursos.
La explotación de los trabajadores, ya sea sutil o evidente, lesiona su humanidad y niega su dignidad inherente. Los trabajadores explotados y maltratados requieren de nuestra atención y solidaridad. Una economía que permite esta explotación y abuso exige nuestra atención y acción. Como señalan los obispos en el Marco católico para la vida económica, “Con nuestras decisiones, iniciativa, creatividad e inversión, mejoramos o menoscabamos las oportunidades económicas, la vida comunitaria y la justicia social.” Debemos preguntarnos: ¿Cómo contribuimos a las fuerzas que amenazan la dignidad humana de los trabajadores vulnerables? ¿Cómo pueden nuestras elecciones en la vida económica y pública mejorar su vida, luchar por la justicia económica y promover las oportunidades?
Un llamado a la renovación económica y apoyo a los trabajadores
Nuestra nación necesita una renovación económica que ponga a los trabajadores y sus familias en el centro de la vida económica y cree suficientes empleos decentes para todos los que pueden trabajar. El trabajo es más que un sueldo; ayuda a criar nuestras familias, desarrollar nuestro potencial, participar de la creación de Dios y contribuir al bien común.
Todos y todas las instituciones tienen un papel que desempeñar en la construcción de una economía más justa. En las palabras de nuestra Conferencia, buscamos una economía al servicio de la persona y no al revés. El beato Juan Pablo II dijo:
…la sociedad y el Estado deben asegurar unos niveles salariales adecuados al mantenimiento del trabajador y de su familia, incluso con una cierta capacidad de ahorro. Esto requiere esfuerzos para dar a los trabajadores conocimientos y aptitudes cada vez más amplios, capacitándolos así para un trabajo más cualificado y productivo; pero requiere también una asidua vigilancia y las convenientes medidas legislativas para acabar con fenómenos vergonzosos de explotación, sobre todo en perjuicio de los trabajadores más débiles, inmigrados o marginales. En este sector es decisivo el papel de los sindicatos que contratan los mínimos salariales y las condiciones de trabajo (Centesimus Annus, no. 15).
Los sindicatos y otras asociaciones de trabajadores tienen una responsabilidad única y esencial en esta necesaria renovación económica. Nuestra Iglesia siempre ha enseñado que los sindicatos son “un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas” (Laborem Exercens, no. 20) y son ejemplos de los principios católicos tradicionales de solidaridad y subsidiariedad en la acción. En lo mejor de sí, los sindicatos demuestran solidaridad al congregar a los trabajadores para hablar y actuar colectivamente para proteger sus derechos y perseguir el bien común. Los sindicatos son un signo de subsidiariedad al formar asociaciones de trabajadores para tener una voz, expresar sus necesidades y negociar con las grandes instituciones económicas y estructuras de gobierno.
Al igual que otras instituciones, incluidos grupos religiosos, empresariales y cívicos, los sindicatos a veces no están a la altura de esta promesa y responsabilidad. Algunas acciones sindicales pueden contribuir a polarización excesiva y partidismo intenso, pueden asumir posiciones que entren en conflicto con el bien común, o pueden centrarse en sólo estrechos intereses propios. Cuando las instituciones laborales no están a la altura, ello no niega la enseñanza católica en apoyo de los sindicatos y la protección de las personas que trabajan, pero llama a un nuevo enfoque y un diálogo franco sobre cómo defender mejor a los trabajadores. De hecho, la renovación económica que pone a los trabajadores y sus familias en el centro de la vida económica no puede tener lugar sin sindicatos eficaces. Esta renovación requiere que las organizaciones empresariales, religiosas, laborales y cívicas trabajen juntas para ayudar a los trabajadores a defender su dignidad, reclamar sus derechos y tener una voz en el lugar de trabajo y la economía en general.
Construir una economía más justa
En este momento de crisis económica e incertidumbre, tenemos que reflexionar sobre las dimensiones morales y humanas de demasiada pobreza e insuficiente trabajo. Estamos llamados a trabajar juntos--empresarios, trabajadores y gobierno--para construir una economía productiva que ofrezca oportunidades, cree empleos, genere crecimiento, proteja la dignidad de las personas que trabajan, respete la familia y promueva el desarrollo humano genuino.
El relativo silencio de los candidatos y sus campañas sobre el imperativo moral de resistir y superar la pobreza es a la vez inquietante y desalentador. A pesar de los niveles inaceptables de pobreza, pocos candidatos y funcionarios electos hablan de la pobreza generalizada o de ofrecer un camino para superarla. Tenemos que escuchar a aquellos que buscan conducir este país acerca de los pasos específicos que tomarían para sacar a la gente de la pobreza. En este año electoral, los católicos deben examinar y actuar con base en lo que los obispos de los Estados Unidos dijeron sobre las cuestiones económicas en Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles:
Las decisiones e instituciones económicas deberían ser evaluadas según hayan protegido o devaluado la dignidad de cada persona humana. Las políticas sociales y económicas deberían promover la creación de puestos de trabajo para todos aquellos que puedan trabajar, con condiciones laborales decentes y salarios justos. Las barreras que no permiten salarios y puestos de trabajo en igualdad de condiciones para mujeres y para quienes sufren discriminación injusta deben ser erradicadas. La doctrina social católica apoya el derecho de los trabajadores a elegir si quieren o no organizarse, pertenecer a un sindicato, negociar colectivamente y hacer uso de estos derechos sin ser objeto de represalias. También afirma la libertad económica, la iniciativa y el derecho a la propiedad privada. Los trabajadores, dueños, empleadores y sindicatos deberían trabajar juntos para crear puestos de trabajo decentes, construir una economía más justa y promover el bien común (no. 76).
Nuestra Conferencia de Obispos está desarrollando una reflexión pastoral sobre el trabajo, la pobreza y una economía quebrantada. Esta modesta reflexión se basará en gran medida en las vigorosas encíclicas del papa Benedicto XVI, comunicará nuestra solidaridad con aquellos que se han quedado atrás, y llamará a la oración, la educación, la discusión y la acción. Será un ejemplo de respuesta al llamado del papa Pablo VI a los seglares:
… pertenece a ellos, mediante sus iniciativas y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar del espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de su comunidad de vida. Que cada cual se examine para ver lo que ha hecho hasta aquí y lo que debe hacer todavía. No basta recordar principios generales, manifestar propósitos, condenar las injusticias graves, proferir denuncias con cierta audacia profética; todo ello no tendrá peso real si no va acompañado en cada persona por una toma de conciencia más viva de su propia responsabilidad y de una acción efectiva (Octogesima Adveniens, no. 48).
Este Día del Trabajo, millones de trabajadores y sus familias tienen necesidades urgentes y apremiantes. Les pido que me acompañen en una oración especial por ellos y por todos los trabajadores, especialmente lo que están sin trabajo y luchan por vivir con dignidad. Que Dios guíe a nuestra nación en la creación de una economía más justa que honre verdaderamente la dignidad del trabajo y los derechos de los trabajadores.
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