Pàgines

dilluns, 1 de setembre del 2014

LABOR DAY, DIA DEL TRABAJO, 1 september 2014

Com cada any, el primer dilluns de setembre, es celebra el Labor Day, dia del treball. Un dia festiu federal que es celebra en Estats Units.

A continuació teniu la Declaració que la Conferència Estadounidense de Bisbes Catòlics ha elaborat en motiu d'aquesta Jornada.

Un bon motiu per començar el nou curs!!!



Declaración del Día del Trabajo
Mons. Thomas G. Wenski de Miami
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
1 de septiembre de 2014

Este año el Papa Francisco canonizó a San Juan XXIII y San Juan Pablo II. Ambos hicieron enormes contribuciones a la doctrina social de la Iglesia sobre la dignidad del trabajo y su importancia para el florecimiento humano. San Juan Pablo II llamó al trabajo “quizá la clave esencial de toda la cuestión social” (Laborem exercens, No. 3) y San Juan XXIII enfatizó que “ha de retribuirse al trabajador con un salario establecido conforme a las normas de la justicia” (Pacem in terris, No. 20).

El Papa Francisco agregó a esta tradición la noción de que el trabajo “es fundamental para la dignidad de una persona... nos ‘unge’ de dignidad, nos colma de dignidad; nos hace semejantes a Dios... da la capacidad de mantenerse a sí mismo, a la propia familia, y contribuir al crecimiento de la propia nación”. El trabajo nos ayuda a comprender nuestra humanidad y es necesario para el florecimiento humano. El trabajo no es un castigo por el pecado, sino un medio por el cual hacemos un don de nosotros mismos unos a otros y a nuestras comunidades. Simplemente no podemos avanzar el bien común sin un trabajo decente y un firme compromiso con la solidaridad.

El Día del Trabajo nos da la oportunidad de ver cómo el trabajo en Estados Unidos coincide con los elevados ideales de nuestra tradición católica. Este año, algunos estadounidenses que han encontrado estabilidad y seguridad están respirando con alivio. El crecimiento económico esporádico, el descenso de la tasa de desempleo y la creación más consistente de puestos de trabajo sugieren que el país puede finalmente estar curándose económicamente después de años de sufrimiento y dolor. Para aquellos hombres y mujeres, y sus hijos, esta es una buena noticia.

Sin embargo, al explorar un poco más profundo, se revelan las persistentes penurias de millones de trabajadores y sus familias. La tasa de pobreza sigue siendo alta, al punto de que 46 millones de estadounidenses luchan por llegar a fin de mes. La economía sigue sin producir suficientes trabajos decentes para todo el que es capaz de trabajar, a pesar de que la generación de postguerra ya se está jubilando. Hay dos veces más desocupados que buscan trabajo que el número de empleos disponibles, y eso no incluye a los siete millones de trabajadores a tiempo parcial que desean trabajar a tiempo completo. Millones más, sobre todo los que llevan desempleados largo tiempo, están desanimados y abatidos.

Lo más preocupante es que nuestros adultos jóvenes han cargado con lo peor de la crisis del desempleo y el subempleo. La tasa de desempleo de los adultos jóvenes en Estados Unidos, superior a 13 por ciento, es más del doble del promedio nacional (6.2 por ciento). Y entre los afortunados en tener trabajo, muchos están mal pagados. Un mayor número de graduados universitarios agobiados por las deudas regresan a casa de sus padres, mientras que los graduados de secundaria y otros pueden tener menos deudas, pero muy pocas oportunidades de trabajo decente. El Papa Francisco ha reservado parte de su lenguaje más enérgico para hablar del desempleo de los adultos jóvenes, llamándolo un “mal”, una “barbaridad” y emblemático de la “cultura del descarte”.

La situación es aún peor en otras partes del mundo, en que la desocupación de los adultos jóvenes alcanza hasta tres y cuatro veces el promedio nacional, incluso en lugares como Inglaterra y Australia. En algunos países, tres cuartas partes de los jóvenes que trabajan han recurrido a la inestable y a veces peligrosa economía informal, en un intento por llegar a fin de mes. El Papa Francisco ha dicho que los jóvenes “nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro” (Evangelii gaudium, No. 108). Necesitamos hacer más para consolidar esta esperanza y proporcionar a nuestros adultos jóvenes cualificaciones, apoyo y oportunidades para florecer.

El trabajo significativo y decente es vital si los adultos jóvenes esperan formar familias sanas y estables. El trabajo y la vida familiar “deben unirse entre sí correctamente y correctamente compenetrarse. El trabajo es, en un cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo” (Laborem exercens, No. 10). La investigación está corroborando las consecuencias de descuidar esta relación: la tasa de matrimonios ha disminuido en cerca de 20 por ciento en los últimos 40 años, y la tasa de natalidad es la más baja de que se tenga registro. Entre los adultos jóvenes, el declive del matrimonio ha sido más pronunciado: 40 por ciento. Aunque no es la única razón, muchos adultos jóvenes, al no poder encontrar un trabajo decente, están retrasando el matrimonio y la fundación de una familia.

Nuestro reto en este Día del Trabajo es ponernos a la altura del desafío de la solidaridad planteado por Jesús cuando ordenó: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 13:34). El Catecismo de la Iglesia Católica enseña, “Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos” (No. 1941). Puesto que cada uno de nosotros está hecho a imagen de Dios y vinculado por su amor, en posesión de una profunda dignidad humana, tenemos la obligación de amar y honrar esa dignidad los unos en los otros, y especialmente en nuestro trabajo.

¿Cómo estarían nuestras comunidades, parroquias y el país si todos reiterásemos nuestro compromiso mutuo y con el bien común? ¿Si, en vez de lamentar las esperanzas cada vez más escasas de nuestros jóvenes, creásemos instituciones, relaciones y una economía que nutra el florecimiento humano? ¿Si, en lugar de disputar por ideologías, las personas reconocieran la dignidad humana de los demás y trabajaran juntas?

En su mejor expresión, los sindicatos e instituciones afines encarnan la solidaridad y la subsidiariedad a la vez que promueven el bien común. Ayudan a los trabajadores “no solo a ‘tener’ más, sino ante todo a ‘ser’ más: es decir… realizar más plenamente su humanidad en todos los aspectos” (Laborem exercens, No. 20). Sí, los sindicatos y asociaciones de trabajadores son imperfectos, como lo son todas las instituciones humanas. Pero el derecho de los trabajadores a asociarse libremente es apoyado por la doctrina de la Iglesia con el fin de proteger a los trabajadores y hacerlos avanzar —especialmente a los más jóvenes, a través de la mentoría y la formación de aprendices— a empleos decentes con salarios justos.

Como nación de inmigrantes, reconocemos que una economía vibrante y justa requiere la contribución de todos. En general, los que vienen en busca de trabajo decente para mantener a sus familias complementan, y no desplazan, a los trabajadores estadounidenses. Pero tenemos que arreglar nuestro sistema de inmigración obsoleto para detener la explotación y la marginación de millones de personas, así como atender las necesidades de desarrollo de otros países. De este modo podríamos también equilibrar las condiciones entre los trabajadores, proporcionar más oportunidades para todos los que pueden trabajar, y llevar a cabo un necesario “cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados” (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado).

Apoyar políticas e instituciones que creen empleos decentes, paguen salarios justos y apoyen la formación y estabilidad de las familias también honrará la dignidad de los trabajadores. Aumentar el salario mínimo, más y mejores programas de capacitación de la fuerza laboral y regulaciones más inteligentes que minimicen consecuencias imprevistas negativas serían buenos puntos de partida.

Al hacer esto, seguimos el ejemplo del Papa Francisco de rechazar una economía de exclusión y abrazar una auténtica cultura de encuentro. Nuestras generaciones más jóvenes cuentan con nosotros para dejarles un mundo mejor que el que nosotros heredamos.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada