Bajo el lema “Testigos de la Fe para evangelizar el
mundo obrero” se han celebrado, en Ávila, los días 17 y 18 de noviembre, las
decimoctavas Jornadas Generales de Pastoral Obrera, que organiza el Departamento de Pastoral
Obrera de la CEAS, presidido por Mons. Antonio Algora
Hernando, Obispo prior de Ciudad Real, con asistencia de delegaciones y
secretariados diocesanos de pastoral obrera de 40 diócesis, y participación de
los Movimientos Apostólicos Obreros.
En el contexto de la celebración del Año de la Fe, de
la conmemoración del 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y
en el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo, fruto del Concilio,
hemos querido sentirnos, una vez más, interpelados por la vida del mundo obrero
y del trabajo, y preguntarnos cómo ser testigos de la fe para evangelizar el
mundo obrero en las actuales circunstancias.
Como mujeres y hombres
trabajadores, somos portadores nosotros mismos del dolor y el sufrimiento del
mundo del trabajo: el desempleo creciente, la precariedad, las cambiantes condiciones de
trabajo, el miedo y la incertidumbre, las condiciones de vida de las familias
obreras, cada vez más difíciles; los desahucios que afectan a las familias más
empobrecidas, víctimas de la crisis.
Como cristianos,
miembros de la Iglesia, somos conscientes de cómo todo ello afecta a la propia vida familiar, y
cómo dificulta la propia vivencia de la fe y su transmisión. La vida familiar es el
primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y
muestra su capacidad de transfigurar las condiciones fundamentales de la
existencia en el horizonte del amor.
Ponemos de manifiesto
con nuestros obispos que “la situación de crisis genera en muchas personas sentimientos de
malestar y de desencanto, de irritación y de rechazo ante unas instituciones
sociales y políticas que, aun disponiendo de tantos medios económicos y
técnicos, no han sido capaces de ordenar la vida en común de un modo
verdaderamente justo y humano. Los jóvenes sufren de un modo muy intenso los
efectos de la crisis y se ven afectados por la falta de trabajo en porcentajes
difíciles de soportar. Es éste uno de los aspectos más dolorosos y preocupantes
de la actual situación.”(Ante la crisis, solidaridad. Declaración de la Comisión Permanente
de la CEE)
Nosotros
confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo
que debemos decir y lo que debemos hacer, aun en las circunstancias más
difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio
con la esperanza, la indiferencia con el amor. Encontramos en este mundo obrero y del trabajo una invitación del
Resucitado a ser testigos de su nombre.
Junto al mismo Cristo, el otro signo de
autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro de los empobrecidos. Por eso percibimos las llamadas urgentes que surgen a la luz del Evangelio en
nuestro mundo: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo
transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada a
menudo por el desempleo, especialmente entre los jóvenes; poner a la persona
humana en el centro del desarrollo económico; y pensar este mismo desarrollo
como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que
transforma el mundo, está llamado también a salvaguardar el rostro que Dios ha
querido dar a su creación.
En esta situación, como Iglesia nos sentimos convocados
a renovar nuestra presencia íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia llamados
a seguir denunciando los mecanismos perversos de esta economía que impiden
que esté al servicio de las personas y su dignidad. Nos sentimos llamados a testimoniar la fe en Jesucristo,
único Señor, y a vivir la vida personal,
familiar y comunitaria desde la fe en Jesucristo, que nos llama a poner en el centro de la vida las necesidades de los
más pobres.
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